Phil Ivey pierde el litigio con un casino por 9 millones de euros

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El conflicto se remonta a agosto de 2012. Phil Ivey, uno de los mejores jugadores de póker del mundo (para algunos el mejor) ganó casi nueve millones de dólares en el casino londinense de Crockfords, que presume de ser el más antiguo del mundo. La empresa retuvo el premio, sin embargo, y denunció que el estadounidense había hecho trampas en el bacarrá, un juego similar al blackjack y a las siete y media. El jugador alegó que solo aprovechó un defecto de fabricación de algunas barajas, pero que no hizo nada ilegal. El casino consideró su comportamiento deshonesto. Ambas partes tenían motivos para pensar que tenían razón. Después de años de juicios y recursos, el Tribunal Supremo británico ha sentenciado (¿definitivamente?) el caso, en un fallo de 28 páginas que parece un tratado sobre la honradez.

«Es una de las decisiones más significativas en derecho criminal en una generación. El concepto de deshonestidad es fundamental para toda una gama de delitos, incluido el fraude», aseguró Stephen Parkinson, de la firma Kingsley Napley, que ha representado al casino en el proceso. «Este es un caso en el que un apostador profesional demanda a un casino (…) y plantea cuestiones sobre el significado del concepto de engaño en las apuestas y sobre la deshonestidad», anuncian los propios jueces en su sentencia, que para resolver la disputa estudiaron unas leyes sobre el juego que en las islas se remontan al siglo XVII.

El caso supone además un precedente, porque significa un cambio en la forma de interpretar el concepto de deshonestidad. Durante los últimos 35 años, se consideraba que el acusado era culpable si cumplía dos requisitos: que lo que hubiera hecho fuera deshonesto a los ojos de la gente corriente, y que el acusado fuera consciente de que sería visto así por sus semejantes. En este proceso no se cumplía el segundo supuesto. La Corte Suprema consideró sin embargo que esta segunda exigencia no representa la Ley y que en lo sucesivo no debería ser tenida en cuenta por los tribunales».

ASÍ GANÓ IVEY AL CASINO

Recordemos lo que ocurrió con Ivey, que ahora tiene 40 años, una de las estrellas del circuito del naipe que a menudo ha sido considerado el Tiger Woods del póker. La comparación empieza a adquirir tintes dramáticos, aunque su «pasado» es glorioso, con diez brazaletes ganados en las Series Mundiales y casi 24 millones de dólares obtenidos en torneos en vivo.

En el verano de 2012, el archifamoso Ivey llegó al casino acompañado por una mujer china, Cheung Yin Sun, y pidió una mesa privada en el casino, así como una crupier de la misma nacionalidad que su amiga, ya que supuestamente esta no hablaba inglés.

En el bacarrá (el juego tiene casi media docenas de nombres diferentes) el jugador compite contra la casa. Gana quien se acerque más al nueve, teniendo en cuenta una serie de reglas no demasiado complejas, como que el 10 y las figuras no valen nada, y otras no tan básicas. En resumen, con un juego perfecto, dentro del azar imperante, el casino tiene ventaja a la larga.

¿Qué hacía un maestro del metajuego y de los faroles apostando enormes cantidades en un entretenimiento de azar? Aparte de una posible ludopatía, que no era el caso, Ivey había encontrado un resquicio en el mecanismo, como los Pelayos con las ruletas hace décadas.

El astro del póker hizo una segunda petición: pidió que se usara una baraja de la marca Angel, según él porque le daba suerte. Si alguien ha quedado desacreditado en este caso probablemente sea la empresa fabricante. Aquí todavía no saltaron las alarmas, debido a que las manías de los jugadores son frecuentes. El «truco» consistía en que, como había descubierto Sun, estas barajas tienen un defecto de fabricación y no son cien por cien simétricas. Con un ojo entrenado, era posible distinguir algunos naipes observando el reverso, sin darles la vuelta. En inglés esto se conoce como «edge sporting».

Y aquí viene lo más insólito de la historia. Después de un día de pérdidas, le pidieron al crupier que girara algunas cartas (sietes, ochos y nueves), antes de meterlas en el mezclador automático. Así, la pareja podía «adivinar» si la siguiente carta que asomaba en el aparato les convenía o no. Que el casino accediera a esta petición en una mesa en la que se apostaban cantidades astronómicas de dinero es un misterio o una evidencia de su ingenuidad. Probablemente pensaron que era un capricho más de otro millonario supersticioso.

El resultado es que Ivey y su amiga ganaron, en varias sesiones, 7,7 millones de libras (casi nueve millones de euros). La cifra era tan alta que se tuvieron que conformar con un pagaré. Por supuesto, antes de hacer la transferencia, en el casino se pusieron a examinar con lupa los vídeos de las partidas. Fue cuando decidieron retener el dinero y denunciar a Ivey por estafa. La denuncia fue mutua y Phil Ivey llegó a ganar los primeros juicios, hasta que el Tribunal Supremo de Inglaterra y Gales decidió que la banca también ganaría en este caso.

Los jueces del Supremo dieron la razón al casino con un argumento que, como mínimo, tiene sentido: si Ivey se hubiese limitado a aprovecharse de la asimetría de las cartas, no habría nada que criticarle. El problema es que engañó al casino para obtener ventaja de ese defecto, que ya conocía previamente. No se encontró con un fallo de su rival, sino que lo propició a propósito, de manera nada inocente.

Fuente: abc.es